Toda escritura implica una forma de violencia, un gesto
dispuesto a interferir en los flujos de la realidad, cuando
esta violencia se ejerce en el nombre de una o varias generaciones.
La escritura se tiñe de un extraño compromiso
que la coloca en la parte más activa de la memoria
de los que la consumen; los poemas agrupados en el libro Sin
Itaca por lo general cumplen esas funciones respaldados por
el metabolismo que genera el arduo razonamiento.
Fue el año mil novecientos ochenta y nueve, el año
en que Rolando Prats termina de escribir Sin Itaca, un año
de evidente complejidades para la expresión artística
cubana; ya las artes plásticas, prácticamente
durante toda la década, pero agudizándose en
los años finales, habían postulado un diálogo
que derivaba en una crisis con el Poder Político, y
en las formas en que la ideología seguía ocupando
todo nuestro espacio. Proyectos como ARTECALLE subvertían
el discurso oficial, polemizaban y hasta agredían su
propio contenido. En el campo específico de la escritura
predominaba un retardo ante la posibilidad de radicalizar
en ese sentido, y asumir compromisos de ruptura con la pesantez
de los discursos evasivos que se formaban en los espacios
huecos dictados por el Hedonismo.
Desde el libro Fuera de Juego (finales de los sesenta)
de Heberto Padilla, la poesía cubana adolecía
de una eficaz intervención civil, lógicamente
el tono de Fuera de Juego obedecía a una frontalidad
provocada por el vigor que mostraba por aquel tiempo el poder.
Este vigor descansaba esencialmente sobre la base de una energía
simbólica que lo hacía funcionar a toda máquina.
Sin Itaca aparece en un momento en que ocurre justamente
lo contrario, es decir, lo que se advierte es una profunda
crisis del símbolo, como fin de una década,
que definitivamente confirmaba la caída de Europa del
Este.
Es, sin duda, esta crisis del símbolo, la que genera un nuevo tipo
de intervención de la llamada escritura civil. Esta
intervención parece estar marcada por el diálogo
provocado por la crisis de un imaginario individual con la
aspereza de una decepción colectiva. En estas circunstancias
el lenguaje desecha lo frontal, el poeta se inventa un sendero
pedregoso, una aridez que será refugio, su oportunidad
de construir una ficción para que en ella fluya la
civilidad.
En uno de los textos fundamentales del libro, el autor confiesa:
“He buscado la casa, desterrado/de los jardines de la
infancia, perseguido/por la promesa. Espantado de todo”.
Es sin dudas una escena de desamparo donde aflora el asunto
de la utopía, y la frustración; y lo que el
poema dice a la larga es que aquel cambio violento que supuestamente
se produjo para restaurar la naturaleza del ser y de una identidad,
no ha cumplido sus funciones, ha devenido en estancamiento.
La figura de Martí transfigurada espejea través
de todo el territorio del poema y enriquece un yo que desborda
su pathos a cada trecho de escritura. Prats muestra facetas
de su vida como llagas que emergen durante el discurso político,
se siente en su trasfondo un decidido reclamo del individuo
ante la opresión de la historia. No es menos cierto
que la historia siempre intenta imponer el luto, mas la cultura
es responsable de garantizar la supervivencia del juego, su
papel de inyectar el equilibrio, producir esferas de seducción.
En Sin Itaca el poema en prosa alcanza una plenitud;
es capaz de establecer un diálogo, y una reflexión
que nos envuelve en profundidad y nos obliga a revalorar nuestros
destinos. La agudeza del pensamiento se desdobla con maestría
en capacidad poética, arribando a un extraño
ritmo que nos atrapa. En especial, sobresale el poema
“De la guerra y la paz”, el arranque del texto:
“Como si se hubiese convertido en tiempo, la guerra sigue”,
es la médula de su armonía. La técnica
de la elaboración obedece a un montaje premeditado
por la mente, la prosa que habla es una región abarrotada
de objetos, lugares, situaciones, amontonamiento que rememora
nuestras propias vidas. En su modo de trabajar, Prats no
es un poeta común de la Tradición Cubana; quizás
se acerque más al tipo de poeta que definía
Charles Olson cuando expresaba: “El poeta debe poseer
un método, no creo en la idea facilista de la inspiración,
gracia, genio, la laboriosidad y si se quiere la rigurosidad
de la Tarea del poeta, Cuánto esfuerzo lleva escribir
un poema; sobre todo el esfuerzo previo de extenuar su objeto,
agotar el conocimiento del tema”. En su poesía
es fácil descubrir indicios de esta opción que
indicaba Olson, en uno de sus poemas encontramos el siguiente
verso: “Yo no quería/pergeñar
una poética, quería/(…)por ejemplo/, lijar el arpa en la carpintería/cepillar/una poética”, ahí está la
disposición de enfrentar el poema con una carga de
trabajo, a la mano el cepillo, la lija y sobre todo la constancia
que forja y es para él la ley suprema del alumbramiento
definitivo.
En "De la guerra y la paz" el tiempo de la escritura
es un tiempo para contemplar el tiempo que es la guerra permanente,
o la ilusión de la paz. Los lugares, escenarios, dentro
del texto son fundamentales para disfrutar su intencionalidad,
primero “el circo ruso, donde todo daba vueltas en paz”,
después “mi padre me llevaba a los estadios donde
la guerra era juego”, y esta última imagen contundente
me hace recordar la fantasía de Paul Auster cuando
expresaba que los europeos habían cambiado la guerra
por el football, ya que habían aprendido a odiarse
en el terreno de juego.
En otro momento de acierto, el libro nos ofrece un poema
dedicado más a la palabra revólver que al
revólver en sí, es la simulación lo que se exhibe
a través de todo el poema; una simulación que
quiere ironizar, y a la vez decir muchas cosas; que no dejo
de percibirla cercana a la prosa de un autor como Mijail Bulgakov,
en especial a su Novela Teatral. El texto comienza con una
cita de Kuroda que aprecia: “La palabra revólver no
dispara” y el poeta responde con la intensidad del poema:
“Sí dispara/, si apuntamos/a la palabra almohada/y la detonación/arráncanos de este viejo y polvoriento/sueño, y de la guata/desclavijada salte/la liebre
acumulada/por este roto y viejo/violín…”
En este poema (del revólver) vuelve a estar presente el cuerpo
del poeta. De él las circunstancias que sufre, hacen
un constante tráfico. Ya en "De la guerra y la paz"
había escrito: “Yo siento que mi cuerpo ha comenzado
a entrar por el reverso de las proclamas que los custodios
de la paz empinan desde las tribunas”. Ahora bien, detrás
del juego el cuerpo está inscripto en un fastidio,
una virtualidad que puede demolerlo, sin que el gatillo nunca
llegue a presionarse.
El libro funciona en varios niveles de lectura. Tiene varios momentos
en que lo ontológico protagoniza la conversación,
destilan argumentos que nos acercan a la naturaleza de muchos
de nuestros comportamientos; incide en el defecto, en las
carencias, y sobre todo en nuestras mutilaciones, de las cuales
nos vamos convirtiendo en hijos “bien crecidos”.
El drama del cuerpo en Sin Itaca podría resumirse
en la siguiente pregunta: ¿es posible dejar fuera el
cuerpo del territorio trazado por la ideología? El
cuerpo queda obligado a participar, es definitivamente un
síntoma, no tiene modo real de acceder a las anheladas
líneas de fuga.
La cuestión de la heroicidad es otro aspecto que llama la atención
en la poesía de Rolando Prats. Los héroes son
dudosos, destronados por una fuerza o caos mayor que los ha
sepultado bajo sus efectos. Recordemos que se habla constantemente
de una pérdida de la infancia o inocencia que refuerza
el desmembramiento de todo tipo de ídolos.
El verso corto, contenido por la propia labor, predomina en uno y
otro texto, conteniendo la respiración en el esmerilamiento
de cada frase que se estampa en una cara fricción con
la página pálida. La idea casi fija de un estilo,
del interés por definir el contorno de una poética
reaparece en varios poemas dejando ver la clara conciencia
de tal intención: “Al final el estilo/grabará
en la cera/palabras falsas/por asonancia entre acentos/
o entre figuras/vocálicas…”. Los temas
se concentran alrededor de pocas ideas que multiplican sus
funciones para problemizar en su relación con el despliegue
del lenguaje.
Escribir poemas a partir de reiteraciones donde persisten
signos, elementos, entre los cuales llama la atención
sobre el río imaginario y real al mismo tiempo; que
no parece ser el de Heráclito sino el que bordea la
muerte un tanto insuficiente de José Martí.
Prats sin dudas prefiere la reducción no sólo
de la pieza en particular, sino de la obra en sentido general:
“Pocos poemas, para no olvidar/que esta vida es una
larga/hilera de días iguales, confundidos/con una
tarde sola/con una noche sola”. Los versos de Sin
Itaca forman una colonia de versos, cuya trascendencia
solo va a decidir el Tiempo. Sin embargo el trabajo del poeta
ya es un hecho; queda impregnado en un puñado de páginas
que pertenecen a la Literatura Cubana, y aportan suficiente
luz sobre una época a la que habrá que volver
una y otra vez. 
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